Escribir en verano sin presiones
Quiero invitarte a un momento de calma, de encuentro contigo mismo, contigo misma, con las palabras… y con el verano.
Imagínalo: una sombrilla abierta sobre la arena caliente, el sonido de las olas llegando y retirándose, el rumor de voces lejanas, quizá los pasos de alguien que pasa junto a ti y deja huellas que pronto desaparecerán. Tú estás sentado, o tumbado, con un cuaderno abierto sobre las piernas. Un bolígrafo entre tus dedos. Y la sensación, extraña y poderosa, de tener delante de ti un tiempo diferente, más lento, más tuyo.
Eso es lo que quiero proponerte hoy: aprovechar el verano como un tiempo de escritura libre, sin exigencias, sin metas rígidas, sin la presión de producir o demostrar nada a nadie. Simplemente escribir porque sí. Porque puedes. Porque quieres.
1: La escritura como descanso
En la mayoría de los meses del año, solemos escribir con un propósito: un trabajo, un proyecto, un artículo, un correo, una lista de tareas. La escritura se convierte en un medio, en un puente hacia algo que necesitamos resolver.
Pero en verano todo cambia. El tiempo se abre, se dilata. Y entonces la escritura puede ser, por fin, un fin en sí mismo. No para entregar, no para corregir, no para publicar. Simplemente para dejar que las palabras jueguen contigo.
Te propongo que pienses en el acto de escribir como otros piensan en nadar en el mar: no hace falta llegar a ningún sitio, solo disfrutar de mojarse, de flotar, de sentir.
2: Una confesión personal
Te confieso algo: algunos de mis textos favoritos los he escrito en verano, en lugares que no parecían propicios. Una libreta apoyada sobre las rodillas en un tren lleno de gente. Una hoja doblada sobre una mesa pegajosa de chiringuito. El reverso de un ticket de autobús.
Lo curioso es que esos escritos nunca nacieron de la obligación. No eran trabajos ni encargos. Eran pensamientos sueltos, ocurrencias, recuerdos. Palabras que surgieron porque el verano, con su calor y su lentitud, me empujaba a mirar de otra manera.
Y, aunque en aquel momento no lo sabía, muchos de esos textos terminaron siendo el germen de algo más: un relato, un a historia, una idea que más tarde se desarrolló.
3: Ejercicio guiado: escribir el ahora
Ahora te invito a que lo hagas tú. Si tienes a mano papel y bolígrafo, escribe conmigo. Si no, guarda esta idea para más tarde, cuando estés tranquilo, tranquila.
El ejercicio es sencillo: describe lo que te rodea, aquí y ahora. Cinco minutos, sin levantar el bolígrafo. No busques belleza, ni precisión. Solo anota lo que ves, lo que escuchas, lo que hueles. Por ejemplo:
“El aire huele a crema solar y a café recién hecho. Una gaviota ha pasado chillando sobre mi cabeza. En la arena, una niña llora porque se le ha roto un cubo rojo. El mar brilla como si alguien hubiera derramado polvo de cristal sobre él.”
Haz lo mismo tú. No necesitas más que observar y traducir al papel.
4: El poder de lo efímero
Quizá te preguntes: ¿y qué hago luego con esas páginas? ¿Para qué sirven?
Te diré algo: no hace falta que sirvan. El verano también nos enseña a vivir lo efímero, lo que se borra, lo que desaparece como una huella en la arena. Escribir en verano es un poco eso: dejar constancia de algo que solo tiene sentido ahora, en este momento.
Pero también ocurre otra cosa: a veces, esos fragmentos se convierten en tesoros escondidos. Cuando vuelvas a tu rutina, en septiembre, abrirás ese cuaderno y encontrarás destellos de todo lo que viviste, detalles que tu memoria sola no habría conservado.
5: Recomendaciones prácticas
Quiero compartir contigo algunas ideas para hacer de tu escritura veraniega una experiencia más rica y ligera:
- Un cuaderno pequeño: fácil de llevar, que no te pese. El tamaño importa, porque invita a escribir poco y sin miedo.
- Bolígrafos de colores: el verano es luminoso, deja que tu escritura también lo sea.
- No edites, no corrijas: escribe y deja estar. Ya habrá tiempo, si quieres, de revisar.
- Usa la espera: en un aeropuerto, en una cola, bajo la sombrilla. Los tiempos muertos son el mejor terreno fértil.
- Escribe con los sentidos: no solo lo que piensas, también lo que hueles, tocas, pruebas, escuchas.
Recapitulación
Quiero cerrar este episodio con una imagen: tú, sentado bajo la sombra ligera de una sombrilla, con un cuaderno que poco a poco se va llenando de palabras que no necesitan más justificación que existir.
El verano es ese momento del año en que podemos permitirnos la libertad de escribir como niños: sin juzgar, sin medir, sin esperar nada.
Así que te invito a que este verano elijas un cuaderno —el que quieras, bonito o sencillo—, y lo conviertas en tu compañero de viaje. Anota en él todo lo que se te ocurra. Y, cuando llegue septiembre, descubrirás que no solo habrás pasado un verano, sino que lo habrás guardado en palabras.
